El Primer sector industrial de la historia de Galicia

 

La primera fábrica española de conservas herméticas de pescado fue la que en Oviedo  estableció José María Tubiano en el año 1828, a la que de inmediato siguieron otras dos en la propia Asturias y a la que en 1836 inauguró en Ponte Gaiteira (Oza- A Coruña) Francisco Zuloaga, un antiguo piloto vasco casado con una hermana de Ramón de la Sagra. A partir de 1850 se establecieron algunas otras en el País Vasco, Cantabria y Galicia, destacando entre estas últimas la que en la viguesa playa de Arealonga fundaron lo hermanos Curbera hacia 1861.

Hacia 1880 existían en España unos cuarenta establecimientos que fabricaban conservas herméticas de pescado, de las que siete se localizaban en Galicia, nueve en Asturias, diez en el País  Vasco, y trece en Cantabria. Se trataba en la mayor de los casos de pequeños y medianos talleres con una producción pequeña envasaba con frecuencia en frascos de cristal, que no utilizaban ningún tipo de procedimiento mecánico y que junto a la sardina, merluza o besugo envasaban caza, verduras y otros productos que les permitiera mantener la actividad cuando la pesca escaseaba o resultaba muy cara. Estas primeras fábricas representaban una producción total limitada que vendían para el consumo de la Armada y de los buques privados que cruzaban el Atlántico, así como para los mercados de las colonias.

Aunque por lo que ya hemos visto en España se conocían las técnicas de Appert, la industria estaba aún a la altura de 1880 muy retrasada con respecto a la francesa, que se había consolidado suministrando su productos no solo al ejército y la armada sino  también a otros ejércitos involucrados en aventuras coloniales y a los colonos norteamericanos que se adentraban en el Oeste. La principal causa del retraso español era la carestía de dos materias auxiliares necesarias para la fabricación, el aceite y la hojalata, que situaban el precio del producto a niveles que difícilmente les permitía su introducción en mercados distintos de los indicados. Paradójicamente, pues la España meridional era ya por aquel entonces una importante productora de aceite de oliva, pero su fuerte sabor y su elevado grado de acidez lo hacía inservible para su uso en conserva lo que forzaba a utilizar bien el aceite procedente de la reducida cosecha de Cataluña o a importarlo de Niza o de Bari. El aceite catalán era caro ya en origen mientras que los extranjeros estaban sometidos a fuertes impuestos de importación que se añadían a los costes de transporte. La hojalata había que traerla de Inglaterra, que mantuvo durante los años centrales del siglo XIX el práctico monopolio en la fabricación de este producto, pagando también los elevados aranceles a que estaban sujetos todos los productos metálicos en un intento de proteger a la naciente industria vasca.

Pero durante la década de 1880 los factores que frenaban el desarrollo de la industria conservera comenzaron a desvanecerse , al tiempo que algunas circunstancias coyunturales favorecieron su expansión: La reforma arancelaria de 1868 había reducido el arancel de la hojalata solo muy moderadamente pero lo suficiente para que fueran más las empresas que se animaron a realizar importaciones ya durante los años setenta; ahora, ya en los ochenta, el tratado hispano-británico de 1886 implicaba una nueva rebaja de los aranceles y los ferreteros vascos empezaban a producir la materia prima para los envases de conservas, aunque fuera a costes muy superiores  a los ingleses. Si la hojalata comenzaba a situarse al alcance de los conserveros, con el aceite ocurre lo mismo durante esta década en la que los olivareros andaluces ofrecen ya al mercado algunas cantidades de aceites refinados y de calidad.

Con unas condiciones ya mucho más favorables, la ocasión que facilito la conversión de la conserva gallega en un sector industrial moderno fue la crisis de la industria conservera francesa que se produjo entre los años 1880-1887 en los que la sardina desapareció repentinamente de las costas de Bretaña y de la Vendée, dejando a la que por aquel entonces era líder mundial del sector sin su principal materia prima. Algunos mayoristas y productores de conservas francesas empezaron a mirar entonces hacia las costas galaico –portuguesas en las que la sardina seguía presente, buscando una fuente de suministro para no dejar  desatendidos sus mercados tradicionales. El tratado hispano-francés de 1882, que redujo sustancialmente los derechos de entrada en el país vecino para las salazones y conservas de pescado, acabó de decidir a algunos industriales bretones bien a instalarse directamente como hizo Ouizille y cia, o bien a asociarse con empresarios locales para el establecimiento de fábricas de conservas en las costas gallegas, tal como fue el caso por ejemplo de Dargenton &Domingo que lo hizo con Salvador Massó e hijos para formar “La Perfección” germen de una de las posteriormente grandes empresas del sector. Lo más común en todo caso fue llegar a acuerdos simplemente de apoyo tecnológico p de distribución de la producción bajo las marcas francesas, como ocurrió con las empresas de Goday de la isla de Arousa o Benigno Barreras de Vigo. Hablar de esta influencia francesa sobre el sector no quiere decir en todo caso que se ejerciera sobre la totalidad de las empresas que nacen en esta época, y así por ejemplo para algunas como Alonso e Hijo, fundada por el bayonés Manuel María Alonso Castro ya dos años antes del tratado o para los arousanos de Silverio Pereira o Hijos de Tomás Martínez, ambas sólo un poco posteriores, no existe constancia de una influencia directa.

De esta forma, aprovechando la oferta local de sardina y las capacidades empresariales generadas en el tradicional negocio de la salazón, y bajo influencia tecnológica y marcas francesas que permiten aprovechar el mercado de que disfrutaban los productos ícticos del país vecino, arranca hacia 1882 la etapa de formación de la industria conservera gallega. Al final de ella, que se puede considerar en tormo a 1904, año en el que se crea la Unión de Fabricantes de la Ría de Vigo, el sector ha experimentado una espectacular expansión del número de empresas, de la producción total y de las empresas, de la producción total y de las exportaciones. Las empresas, que han pasado de las siete que existían en 1880 a unas ochenta, enlatan casi exclusivamente sardina que destina en su inmensa mayor parte a su venta en el exterior, principalmente en Francia, Cuba, argentina, hasta el punto de que un informe francés de la época estima en solo el 6% el porcentaje de la producción de las fábricas viguesas que se vende en España. LA evolución del as exportaciones de conservas por los   puertos gallegos es pues un excelente indicador del desarrollo de la producción. Y como se puede ver Gráfica nº1 su crecimiento por estos años resulta muy rápida. Hacia 1905 las ventas al exterior superan y a las 10.000 toneladas.  Adquieren un papel muy destacado en el conjunto del comercio exterior español, pues se han convertido, con un 2% del total, en la segunda exportación industrial española en términos de valor.

El sector conservero que se dibuja en Galicia hacia 1905 no se parece ya en casi nada al de veinte años antes. Se trata ahora de una producción industrial especializada y dirigida por un grupo de empresarial con una clara conciencia de tal. Entre los nuevos fabricantes tiene un elevado peso los descendientes de los antiguos fomentadores de salazón catalanes arribados a Galicia casi un siglo antes, pero a su lado se constata la presencia de escabecheros, comerciantes de pescado fresco, profesionales, emigrantes retornados e incluso banqueros, en su mayor parte de origen autóctono.

No solo las fábricas de 1905 son más que las de un cuarto de siglo antes sino que también se han transformado sustancialmente. La dimensión media ha aumentado y la mayor parte de ellas poseen ahora mejores edificios e instalaciones, han ampliado su equipo capital y disponen de algunas mejoras tecnológicas como por ejemplo los autoclaves, que han venido a sustituir a las antiguas calderas abiertas, o los motores de vapor y gas, al tiempo que las más avanzadas han incorporado o están incorporando las primeras prensas y cerradoras mecánicas de las casa Bliss y Evers, en cuya distribución se han comprometido fabricantes como José Ramón Curbera o José Barreras Massó.

La industria conservera española, de la que la gallega representa ya  el 56% de las fábricas y el 59% de la producción, compite ventajosamente en el mercado internacional, de forma que hacia 1903 supera ya a la francesa que había sido su mentora. La preocupación de los industriales galos por este rápido crecimiento de sus competidores llevó al nombramiento de una comisión técnica encargada de estudiar las razones de la competitividad gallega, y que finalmente, tras una visita a la ría de Vigo, imputó  a los inferiores costes de la sardina aquella superioridad. Una tal ventaja en los costes de la principal materia prima de la industria la relacionaban los comisionados franceses con la introducción en los años 1897-1900 de nuevas artes de pesca y embarcaciones (lo cercos de jareta y las traíñas) que habían permitido multiplicar la pesca de sardina y eliminar el cuello de botella que representaba la limitada oferta que de este cupleido podían suministrar los xeitos y xábegas tradicionales en  un momento en la que se disparaba la demanda por el aumento del número y la dimensión de las fábricas de conservas. Los nuevos procedimientos de pesca habrían así evitado la escasez relativa y el consiguiente aumento de los precios inferiores no sólo a los franceses, sino incluso a los portugueses. Conscientes de la importancia de esta cuestión, habían sido los propios conserveros los que habían impulsado la difusión de cercos y traíñas, artes que significaron el comienzo de una transformación en la pesca de la sardina que continuaría una década más tarde con la difusión de los sardineros a vapor.

Aunque las industrias del litoral atlántico andaluz (Huelva y Cádiz) y del Cantábrico se han desarrollado también rápidamente, el crecimiento se ha polarizado sobre todo en las rías gallegas. Y al igual que estas se han convertido en el núcleo de la industria conservera española, dentro de aquellas, sus mejores comunicaciones marítimas y su tradición empresarial han hecho dela de Vigo su localidad principal. Pero la ciudad olívica no solo se ha convertido en la capital conservera de Galicia sino que ha superado en importancia a los otros centros de conserveros peninsulares, el principal de ellos Setúbal, y se ha colocado a la cabeza de los europeos solo por detrás de la noruega Stavanger.